127 horas atrapado en una de las miles de enormes grietas que hay por todo el Gran Cañón de Colorado, con el brazo completamente inmovilizado entre una gran piedra y la roca pura y dura, completamente solo y sin esperanzas de que nadie pase por allí y oiga sus fritos de auxilio. Así se sintió, durante todo ese tiempo, Aron Ralston, un intrépido alpinista y amante de la aventura que en uno de tantos días que fue a una de sus rutas, se encontró obligado a vivir esta situación.
Sin duda una gran historia de supervivencia, de superación personal y que demuestra lo que es capaz de hacer(se) un ser humano con tal de sobrevivir. Supongo que todos los que hayan oído hablar de esta película conocerán el final, puesto que se ha informado muchas veces en las continuas promociones que se han hecho de la cinta. Pero igualmente, es una historia impactante, a partir de la cual Danny Boyle ha realizado su última película.
Basada en la novela que escribió el propio Ralston sobre su experiencia, está centrada especialmente en esas 127 horas, con una breve introducción al inicio que nos informa sobre cómo llegó el protagonista a encontrarse en esa situación y donde, como es lógico, se nos muestra su personalidad, sus actos y su relación con otras personas para que el espectador pueda desarrollar una necesaria empatía hacia él, puesto que el resto del metraje va a ser el absoluto protagonista, literalmente.
Centrándonos en el propio discurso, podemos encontrar dos grandes fuerzas en la película, cuya influencia es muy poderosa durante todo el metraje, pero que no llevan la misma dirección. Una es la del director, que vuelve a utilizar los recursos que le dieron el éxito con “Slumdog Millionaire”, pero que en vez de utilizar a un chico indio en un programa televisivo, nos muestra a un joven norteamericano atrapado por una roca. La otra gran fuerza de la película viene de la mano de James Franco, protagonista absoluto de la obra y, sin duda, único responsable de que la película no sea un auténtico bodrio.
¿En qué se parece “127 Hours” a “Slumdog Millionaire”? Podríamos decir que menos en el color de la piel del protagonista, en todo lo demás, porque ambas están cortadas por el mismo patrón. Parece que a Boyle quedó tan satisfecho con su anterior película que se ha propuesto repetir ese éxito haciendo más de lo mismo, y una vez cuela, pero no dos. De nuevo vuelve a echar mano de una situación que relativiza hasta la saciedad: entonces era el concurso y ahora es la supervivencia en el Gran Cañón. Utiliza este hecho como una mera excusa para hablar del protagonista, de su pasado y de cómo ha llegado a ser la persona que es. Mientras otros cineastas necesitan apenas cinco minutos para dar a conocer perfectamente a sus personajes al espectador, Boyle tiene que usar la hora y media de metraje.
Además, parece que ni él mismo cree en el material que está usando, ni siquiera en que pueda conseguir un largometraje con ella, puesto que nos encontramos con todo tipo de rellenos durante la obra, ya sea introduciendo fotografías del protagonista, vídeos y demás. Los flashbacks pueblan la película y, aunque esto no tenía por qué ser un elemento negativo, la sensación que vive el espectador con esta saturación de recursos es la de haberla vivido. Lo peor de todo es que se puede poner nombre a la obra donde ya nos inundaron con estos recuerdos del protagonista sólo para que pudiéramos conocer sus orígenes, y es “Slumdog Millionaire”.
Mientras que Boyle es el gran elemento negativo que lastra la película, James Franco compensa todo eso y, mediante un titánico trabajo, consigue una de las mejores actuaciones de su carrera —personalmente, la mejor fue su interpretación de James Dean en la película sobre su vida—. Y desde luego no es un papel fácil, puesto que la mayoría del metraje sólo podemos verle a él en sus constantes intentos por sobrevivir. Por supuesto que es un papel para que el actor se luzca, como ya comprobamos con Tom Hanks en “Cast Away”, pero tan complicado que si el intérprete no hace bien su trabajo, toda la película se va al traste. No me quiero ni imaginar cómo hubiera sido “127 Hours” si Franco no hubiera estado tan atinado.
Sin duda, su interpretación es el único elemento que atrae de la película, pese a que la idea original era realmente buena y podía haber conseguido una gran obra, pero en manos de Boyle todo ello ha quedado prácticamente en nada: una interpretación memorable y una copia de “Slumdog Millionaire”. Esperemos que el director sepa evolucionar en su estilo y su siguiente producción no caiga de nuevo en estos recursos, y sobre todo en utilizar el clímax final de la forma más sensiblera posible para que el espectador, aunque sepa que no ha disfrutado de una buena obra, se vaya con un buen saber de boca por el final feliz.
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martes, 18 de enero de 2011
127 Hours: Afortunadamente reducidas a 93 minutos
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