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miércoles, 1 de febrero de 2012

The Artist: reviviendo al espectador del cine mudo

Cuando una película nos habla del mundo del cine, de todo lo que no podemos ver tras las cámaras, de las producciones y entresijos del negocio, ciertamente tiene mucho terreno ganado. Es siempre curioso poder comprobar como una obra utiliza sus propios medios artísticos para hablar o bien de su arte o bien de su industria. Y eso siempre es algo que atrae a los espectadores desde el principio. Es como ver un documental cuando la historia, los intérpretes y la dirección son puramente ficcionales. Además existen numerosos ejemplos de este tipo de obras, y The Artist se ha convertido en uno de los más recientes.

Pero Michel Hazanavicius no ha querido introducirse en el mundo del séptimo arte desde una perspectiva actual. No pretende en ningún momento que el espectador sea capaz de conocer cómo se realizan esas grandes superproducciones que pueblan las carteleras, ni analizar cómo se crean esos efectos visuales que tanto nos asombran. El director vuelve a los orígenes, al cine mudo (en sus últimos años), a los grandes clásicos, a la esencia misma del cine que nos dejó tantísimas obras maestras que aún hoy se veneran. ¿Para qué? Personalmente opino que hay numerosos motivos: puede que nos quiera demostrar que el verdadero arte no está en avasallar al espectador con grandes efectos, sino en algo mucho más profundo, en la historia y en saber transmitirla de la forma más eficaz posible. Creo que nos quiere abrir los ojos, especialmente a los nuevos espectadores, sobre de dónde viene todo el cine que vemos hoy, que no crean que siempre ha sido así, sino que las bases que asentaron genios como Griffith, Chaplin o Murnau no se deben perder.

Lamentablemente, cada vez nos alejamos más de esa esencia propia del séptimo arte, de transportar al espectador a otros mundos inimaginables con los mínimos medios. Eso es lo que pretendían los grandes maestros del mudo, que en ningún momento sintieron que les faltara algo al no disponer de sonido sincronizado. Puede que lo que vivimos ahora sea una evolución lógica del arte, pero ¿realmente tiene que ser así? Un buen ARTISTA debería saber lo que es prescindible y lo que debe tener una obra para pasar a la historia, y creo que Hazanavicius lo sabe bien.

Lo malo es que lo sabe demasiado bien. Tiene tan claras sus influencias que no se molesta en aportar algo más trascendente a lo que ya había. Superar a los maestros es realmente difícil, pero es el punto negro que acompañará a la cinta. Pese a esto, es realmente fiel a sus ideas, a la concepción que tiene de la historia y sobre todo a cómo llevarla a la gran pantalla, y tiene algunos detalles que nos hacen trasladarnos automáticamente a finales de los años 20 como el plano de apertura o el meditado uso de los carteles para los diálogos.

Es probable que haya espectadores que, desgraciadamente, se echen atrás ante la idea de ver una película muda de más de hora y media. Sin embargo, desde aquí animo a todos ellos a disfrutarla, puesto que transcurre de una manera muy fluida, con una historia interesante (aunque tampoco revolucionaria) donde encontramos todo tipo de sentimientos y con una gran banda sonora firmada por Ludovic Bource que hará las delicias de los más nostálgicos.

Inevitablemente, si hablamos del compositor, también hay que nombrar a dos pilares que sustentan el conjunto y que demuestran estar a la altura del reto: Bérénice Bejo y Jean Dujardin. Típicos personajes que se mueven en ambientes distintos pero unidos por el amor, tampoco son unas concepciones demasiado novedosas. Lo difícil es conseguir transmitir todas esas emociones sin articular ni una palabra: cuando creíamos que nadie sería capaz de conseguirlo, ellos consiguen sorprendernos. Todos los premios que les otorguen son completamente merecidos, y también debería haber una mención especial para el perro del protagonista, centro de prácticamente todos los momentos cómicos.

Pero si algo destaca por encima del resto en The Artist, es por el trabajo que realiza con el espectador. Además de narrarnos una historia muda, que nos llegue y nos interese, también nos hace sentir como esos espectadores a los que iban dirigidas las películas de finales de los 20. Y no sólo eso, sino que es capaz de transmitir la sensación que vivió el público de entonces cuando oía por primera vez a sus grandes estrellas en una película (Garbo talks!). Esa impresión quedan perfectamente plasmados en el final de la cinta, que sirve como nexo de unión entre todo lo que nos ha contado antes sobre el mudo y todo lo que tenía que venir después, ya con el sonoro.

Pero la película tiene muchísimo más: el análisis que hace del star-system, la absoluta verosimilitud que esconde en la historia, puesto que lo que acontece también sucedía en la vida real de los actores, el sospechoso parecido que tiene Jean Dujardin con Gene Kelly, tanto físicamente como en el epílogo. Para descubrirlas todas sólo hay que verla, disfrutarla sin prejuicios, dispuesto a ser trasladado a finales de los 20, cuando los grandes artistas explotaban todo el arte que tiene el cine.